Los Antonelli, arquitectos de Gatteo - La Medida de El Dorado. Vida y empresas de emiliano-romañolos en las Américas
Juan Bautista Antonelli
Peñíscola, castillo: puerta de Felipe II. (L.A. Maggiorotti) Juan Bautista Antonelli [1527-1588]
Bautista Antonelli
Castillo de Los Tres Reyes del Morro, el faro Bautista Antonelli
[1547-1616]
Cristóbal de Roda Antonelli
Cartagena de Indias. Aspectos de las murallas. (Archivo Graziano Gasparini) Cristóbal de Roda Antonelli [1560-1631]
Juan Bautista Antonelli (El Mozo)
Castillo de Araya, Cumaná (Venezuela). Detalles. (Archivo Graziano Gasparini) Juan Bautista Antonelli
(El Mozo)

[1585-1649]
Los Garavelli Antonelli
Alicante, castillo de Santa Bárbara del 1562 de Juan Bautista Antonelli Los Garavelli Antonelli
Cristóbal [1550-1608]
Francisco [1557-1593]
 
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Bautista Antonelli

 

Gatteo 1547 - Madrid 1616


El arquitecto militar del Caribe


Bautista Antonelli fue el menor de los cinco hermanos y cuando  nació en 1547 en Gatteo, su hermano mayor, Juan Bautista, ya tenía casi veinte años. Bautista fue el único de los cinco en viajar a América; las tres hermanas siempre se quedaron en Italia y el hermano mayor, Juan Bautista, tampoco cruzó el Atlántico. Estaba demasiado entregado a los proyectos de navegación fluvial de los ríos de España.

El hecho que Bautista tuviese un hermano mayor de nombre Juan Bautista y luego un hijo con el mismo nombre, ha facilitado la confusión entre los historiadores que se dedicaron a investigar las obras vinculadas al apellido Antonelli. A mayor abundancia, los sobrinos Garavelli Antonelli se hacían llamar sólo Antonelli a fin de beneficiarse del prestigio de ese apellido.

No tenemos noticias de sus actividades en territorio italiano, aunque es fácil entender que muy poco pudo hacer dada su corta edad, aproximadamente veinte años, cuando su hermano mayor Juan Bautista lo llamó a España hacia 1568-69. Tuvo la suerte de recibir una buena formación profesional durante los nueve años (1570-1578) que trabajó al lado de Vespasiano Gonzaga Colonna, duque de Sabbioneta, virrey de Valencia y notable en la corte de Felipe II. En ese lapso pudo escuchar, observar y aprender, en las obras que Vespasiano Gonzaga y su hermano Juan Bautista estaban planificando y construyendo en la costa levantina, en Valencia, Cartagena de Levante, Peñíscola, Alicante y en los puntos estratégicos de Mazalquivir y Oran en la costa africana. Cuando Vespasiano Gonzaga regresó definitivamente a Sabbioneta en 1578, Bautista Antonelli tenía casi treinta años y, lo más importante, una buena formación teórica y práctica de arquitectura militar, ingeniería y técnicas constructivas. Vespasiano Gonzaga, considerado como un experto en el arte militar de su momento, se había formado en la escuela de los Sangallo, Sanmicheli, Cataneo y otros; sus conocimientos los transmitió a Bautista Antonelli quien los aplicó en varias fortificaciones abaluartadas de planta irregular. Lo de la planta irregular, como ya se dijo, es una de las características de la escuela italiana y comenzó a manifestarse en varias fortificaciones de finales del siglo XV. Por ejemplo, en Ostia, Civita Castellana, Verruca, Pisa, etcétera.

En 1580, cuando Felipe II incorporó Portugal a su reino, Bautista, su hermano Juan Bautista y el sobrino de ambos, Cristóbal de Roda Antonelli, estaban trabajando en obras de acondicionamiento del  terreno y caminos para facilitar el movimiento de las tropas y el transporte de pertrechos hacia la frontera portuguesa. Fue en Lisboa cuando Felipe II llamó a Bautista Antonelli para confiarle una importante misión en el continente americano.

El joven que se presentó al monarca era todo un hombre de 34 años y dueño de una buena formación.  La misión consistía en viajar hasta el estrecho de Magallanes para construir dos fuertes a cada lado del canal a fin de controlar el único paso navegable conocido en ese entonces entre los océanos Atlántico y Pacífico. El proyecto fue elaborado por Tiburcio Spannocchi y por su hermano Juan Bautista y contemplaba, además, la colocación de una cadena atravesada para impedir el paso.

La armada del almirante Álvaro Flores de Valdés con Pedro Sarmiento de Gamboa como gobernador y Bautista Antonelli como ingeniero, salió de Cádiz el 9 de diciembre de 1581 rumbo a un destino lleno de contratiempos, dificultades y fracaso final. Fue el primer viaje de un Antonelli al Nuevo Mundo y la primera tierra americana por él pisada fue Brasil. En efecto, la armada llegó a Río de Janeiro el 25 de marzo de 1582. En consecuencia, cualquiera de las tantas y supuestas actuaciones de los Antonelli en América anterior al año de 1582, debe descartarse.

Después de permanecer nueve meses en Río de Janeiro, la expedición levantó anclas para seguir el viaje, con tan mala suerte que el 7 de enero de 1583 el barco La Concepción, en el que viajaba Antonelli, encalló a la salida de la bahía. Se perdió el barco y todos los equipos técnicos de los constructores que, por carecer de sus instrumentos, consideraron inútil seguir el viaje. Es de suponer que Bautista Antonelli encontrara solucionar el regreso por su cuenta puesto que su nombre no vuelve a mencionarse en los informes del viaje redactados por Sarmiento. La armada nunca llegó a su destino y el proyecto fallido deja entrever, entre otras cosas, bastante improvisación en la planificación de una empresa que, sin dudas, fue muy precipitada. Hay algo de rivalidad, desafío y competencia en toda esa operación mal orquestada; como si a la hazaña descubridora del portugués Magallanes se pretendiera demostrar y destacar la gran capacidad organizadora de la armada española y de su monarca que, desde hace sólo un año, lo era también de Portugal y sus dominios.

Aunque Antonelli estuvo asesorando en las fortificaciones de Río de Janeiro y localidades vecinas, no se justifica una permanencia de nueve meses en dicho puerto, en especial si consideramos que la meta final y motivo del viaje estaba mucho más al sur. Lo cierto es que el fracaso de la misión le costó un juicio al almirante Álvaro Flores de Valdés y, en el mismo, salieron acusaciones acerca de la buena vida que disfrutaban los viajeros en la bahía de Río de Janeiro, de la poca gana de seguir el viaje y de la negativa del almirante de intentar el rescate de los equipos hundidos con el barco La Concepción.
De regreso a Madrid, Bautista Antonelli enfrentó dos años de amargura y decaimiento a raíz de su primera y infeliz experiencia americana. Poco sabemos de sus actividades en Madrid desde 1583 hasta 1586 año de su segundo viaje al continente americano. En 1585 nació su hijo Juan Bautista Antonelli pero casi nada sabemos de la mujer que le dio su único heredero. Por documentos testamentarios sabemos que se llamaba María de Torres.

El secretario de la corte y su protector, Juan de Ibarra, fue quien lo animó y ayudó para alistarse en el viaje programado para realizar el primer proyecto defensivo del Caribe. Era el momento de los saqueos en las incipientes ciudades hispanoamericanas, de los atracos a los barcos que regresaban cargados de riquezas y de las exploraciones y observaciones que ingleses, franceses y holandeses venían adelantando con el propósito de determinar cuáles islas, territorios y costas podían ocuparse con el fin de proporcionar a sus respectivas monarquías cuota de poder en esa parte del mundo. En las primeras décadas del siglo XVII este hecho vino a ser realidad y al Caribe, totalmente hispano en el siglo XVI, devino un Caribe internacional compartido por España, Inglaterra, Francia y Holanda. No se puede olvidar que los tan despreciados piratas, eran héroes para los ingleses. Es el caso de Sir Francis Drake a finales del siglo XVI y de Sir Henry Morgan en el XVII. En el siglo XVIII, además, fue en el Caribe donde se resolvieron las diferencias entre las coronas europeas.
El 15 de febrero de 1586, Felipe II emite la real cédula (Doc. Nº 15) que nombra a Bautista Antonelli como su ingeniero “...para que vaya a examinar las costas y puntos de América donde convenga levantar fuertes y castillos...”. Fue el primer plano de defensa concebido por Felipe II y entre las varias obligaciones asignadas a Antonelli, se le encomendaron las inspecciones y propuestas de proyectos para Cartagena de Indias, Panamá, Chagre, Portobelo, La Habana, Santo Domingo, Puerto Rico y La Florida. Los últimos tres sitios no fueron visitados en este viaje iniciado en 1586, porque Antonelli se encontraba nuevamente en Madrid en 1588 para someter a Tiburcio Spannocchi y demás consejeros de la corte, sus proyectos para las fortificaciones de Cartagena, de La Habana y presentar ideas y propuestas para Portobelo y Chagre.

Este segundo viaje de Bautista Antonelli a América y primero a la zona del Caribe, salió de Sevilla en la primera mitad de 1586 en la armada del capitán Álvaro Flores de Quiñones. A bordo también se encontraba el maestre de Campo Juan de Tejeda, nombrado gobernador de Cuba por Felipe II. Llegaron a Cartagena de Indias el 18 de julio de 1586, tres meses después de haber sido saqueada la ciudad por Francis Drake. Sin duda, la previsión real de activar el gran proyecto de fortificar el Caribe era correcto, solamente que se puso en práctica con unos veinte años de retardo.
Antonelli y Tejeda procedieron de inmediato a estudiar un plano defensivo provisional pero eficiente desde el punto de vista de la estrategia militar, puesto que la destrucción de Cartagena se debió principalmente a la falta de previsiones defensivas en los puntos que más lo reclamaban, como la entrada principal a la bahía por Boca Grande. En esta primera inspección a las instalaciones de Cartagena, Bautista Antonelli advirtió que la medida defensiva más efectiva era la de cercarla de murallas aprovechando la protección natural de la costa y de las lagunas internas; esa observación se convirtió en realidad con el proyecto por él elaborado en 1595.

Por una carta dirigida al duque de Medinasidonia, fechada el 14 de diciembre de 1586, sabemos que Tejeda y Antonelli, después de haber organizado y dejado instrucciones para las obras provisionales de defensa de la ciudad, salieron a inspeccionar la bahía de Portobelo y la boca del río Chagre en el istmo de Panamá. Antonelli quedó muy bien impresionado por las características naturales de la bahía protegida de Portobelo y las consideró más favorables que la de Nombre de Dios que, en su opinión, tenía una bahía “muy abierta”. Consideró que Portobelo reunía las mejores condiciones para fondear a los galeones destinados al comercio con Filipinas y Perú. Todas las riquezas, especies y otros productos provenientes del Pacífico se desembarcaban en Panamá para luego ser transportados, por tierra, hasta los galeones que las llevarían a España por la vía del Atlántico. Habían fuertes presiones para habilitar otra vía para el transborde de una costa a otra; la propuesta contemplaba utilizar la bahía de Fonseca, que hoy comparten las repúblicas de El Salvador, Honduras y Nicaragua, y de allí abrir un camino hasta la costa caribeña de Honduras. Bautista Antonelli aún no conocía la bahía de Fonseca pero sí tenía conocimiento que el camino por tierra era mucho más largo y más dificultoso el traslado de los bultos. De ahí su primera recomendación a la corte para trasladar Nombre de Dios a Portobelo (Doc. Nº 16) y concentrar en este sitio todo lo inherente a las actividades comerciales con el Pacífico.

Después de regresar a Cartagena, donde nuevamente estudiaron las distintas posibilidades defensivas de la bahía, continuaron con su programa de inspecciones. La meta siguiente fue La Habana donde llegaron el 12 de julio de 1587.
De inmediato se dedica a estudiar el terreno y las varias alternativas de aprovecharlo mediante el emplazamiento del fuerte que luego se conocerá como el Morro de los Tres Reyes. En los meses finales de 1587 maduró la idea del Frente de tierra con los dos grandes baluartes, Austria y Tejeda; una solución muy antonelliana que acusa soluciones similares en otras de sus fortificaciones. A los escasos siete meses de encontrarse en La Habana, Antonelli emprende un repentino viaje a España que interrumpe y aplaza el programa inicial de inspeccionar Santo Domingo, Puerto Rico y La Florida. Debió llegar a Madrid en el mes de abril de 1588, prácticamente un mes después de la muerte de su hermano Juan Bautista acaecida el 17 de marzo del mismo año. No se puede aceptar como motivo del viaje la muerte del hermano. La cercanía de las fechas es mera coincidencia. En todo caso, es muy posible aceptar que ese retorno súbito a España debió relacionarse con algún problema de importancia, puesto que el propio Tejeda, gobernador de Cuba, lo acompañó.
Antonelli trajo muchos planos, anteproyectos, ideas y proposiciones para Cartagena, Portobelo, Chagre y La Habana que sometió a la atención de su superior Tiburcio Spannocchi y demás miembros de la corte.
Una escueta relación de gastos (Doc. Nº18) redactada por Antonelli puede consultarse en el Apéndice. No se conocen planos o proyectos de fortificaciones hechos por Antonelli relacionados con sus primeras inspecciones de Cartagena, Portobelo, Chagre y La Habana. Fue un viaje rápido, dedicado a la observación y apuntar datos. Los planos conocidos de Bautista Antonelli son todos posteriores al año de 1590.

El año de 1588, transcurrido en Madrid, fue un año de gran tensión política con los Países Bajos, con Inglaterra y, en especial, por la pérdida de la hegemonía naval con la derrota de la Armada Invencible. Francis Drake, el pirata del Caribe en 1586, es el héroe de Inglaterra en el desastre de la armada española. El plano de fortificar las plazas del Caribe se impone como acción prioritaria para la Corona. El poderío naval de Inglaterra se perfila como una amenaza muy seria.
El 23 de noviembre de 1588 una real cédula encarga a Bautista Antonelli, después de haber revisado y aprobado sus planos, la ejecución de las fortificaciones de Puerto Rico, Santo Domingo, Florida, La Habana, Cartagena de Indias, Santa Marta, Nombre de Dios, Portobelo, Panamá y Río Chagre. Además, debía viajar a Veracruz, en México, para inspeccionar la fortificación de San Juan de Ulúa, estudiar la ruta de un camino de Veracruz a México y reconocer la bahía de Fonseca a fin de compararla con la de Portobelo. Una tarea realmente ciclópea para un solo hombre si se toman en cuenta las distancias, lo abrupto de la geografía y los medios de transporte. Eso de las distancias merece un comentario aparte. El español que llegó a América quedó asombrado de la escala de la nueva geografía; nunca había visto ni recorrido distancias tan grandes, ríos tan anchos, forestas tan inmensas ni montañas tan altas. El concepto de “dimensión” era totalmente diferente al de la geografía peninsular y quien no lo había experimentado personalmente, no podía siquiera imaginar lo que significaba ir por tierra, caminando y a caballo, desde Ciudad de México a la bahía de Fonseca. Los encopetados señores de la corte no tenían idea del “tamaño” del Nuevo Mundo y, por eso, ordenaban con facilidad un viaje al estrecho de Magallanes como si se tratara ir de Sevilla a Madrid. Las cosas cambiaron a partir del siglo XVII cuando el conocimiento y las “proporciones” entre la península y América comenzaron a ser más familiares. Conociendo la actividad de Bautista Antonelli en el Caribe y los pocos años que estuvo en dicha área, no deja de asombrar la capacidad de atender tantas obras en tantos sitios diferentes.

La década que Antonelli estuvo en el Caribe, desde 1589 hasta 1599, fue la década de su gloria.
Diego Angulo Iñíguez dice: “...Por la categoría de las obras que se le encomendaron, y el momento en que le cupo la suerte de vivir, momento crítico en la historia de las fortificaciones americanas, prestan a su labor relieve verdaderamente excepcional, le convierten en el gran ingeniero del siglo XVI en Indias. Antonelli es una personalidad cuya importancia urge subrayar para el mejor conocimiento de la historia de América...” (17).
Así lo elogió el ilustre historiador español en su discurso de incorporación a la Real Academia de la Historia.

El tercer viaje de Bautista Antonelli a América y, para precisar, el segundo en el área del Caribe, se organizó a raíz de la ya mencionada real cédula de 23 de noviembre de 1588, pero los cuatro barcos que integraban la pequeña flota, sólo salieron de Sanlúcar de Barrameda el 18 de febrero de 1589. Juan de Tejeda también iba a bordo para volver a su cargo de gobernador en Cuba. Sin embargo las instrucciones de la corte contemplaban una visita a Puerto Rico y Santo Domingo antes de llegar a La Habana. Se trata de las dos islas que Antonelli no pudo visitar debido al viaje a España hecho a comienzos de 1588. La primera etapa de este viaje de retorno al Caribe fue San Juan de Puerto Rico donde llegaron después de un mes de navegación. Por mala suerte, el barco de Tejeda y Antonelli naufragó en las costas de la isla. Eso no impidió que de inmediato comenzaran a estudiar las fortificaciones de la bahía y darse cuenta de la escasa garantía defensiva que ofrecía “la vieja fuerza” o fortaleza de Santa Catalina con sus torres cilíndricas comenzadas a construir en 1533, sus reducidas áreas para ubicar las baterías y además emplazada, demasiado adentro de la bahía. El carácter medieval de su fábrica y su ubicación, no eran los más indicados para la defensa de la ciudad y de la isla. Bautista Antonelli y Tejeda, encargados de llevar a cabo el ambicioso plano defensivo del Caribe, proponen un nuevo proyecto para el castillo de San Felipe del Morro, situado en el extremo occidental de la isleta a la entrada del puerto. Ya existía una fortificación en ese sitio, punto defensivo obligado para controlar la entrada a la bahía, era una plataforma casi a nivel del mar que Antonelli aprovechó en su proyecto. En el mes que estuvo en la isla, “...trazó el castillo, una plataforma junto al puerto y algunas obras menores...” . (18)

Fue muy corto el tiempo que Antonelli pudo dedicar al Morro de San Juan; no obstante dejó planos y instrucciones precisas que fueron luego ejecutadas por Francés de Alaya y Diego Menéndez. El resultado fue positivo puesto que en la incursión de Drake en el año de 1595, el ataque fue rechazado y el inglés no pudo saquear la ciudad. Un croquis ejecutado por Pedro de Salazar en 1591, seguramente recoge las instrucciones dejadas por Antonelli. Los dos grandes baluartes hacia el Frente de tierra y la forma irregular del conjunto, adaptada a la topografía existente, son similares a la solución del Morro de La Habana y otras del mismo autor. La fortaleza San Felipe del Morro de San Juan de Puerto Rico, luego modificada, ampliada y reforzada durante los dos siglos siguientes, se convirtió en la clave de la defensa de la ciudad. A pesar de las tantas modificaciones y ampliaciones, el sello de Bautista Antonelli se advierte aún hoy en la forma libre de la planta y en el concepto de los dos baluartes del Frente de tierra.

El 25 de abril de 1589 Antonelli y Tejeda anclaron en el río Ozama, puerto de la ciudad de Santo Domingo. Fue el primer contacto de Antonelli con la primera capital americana, fundada casi noventa años antes. Santo Domingo ya había perdido gran parte de su importancia política y prosperidad comercial; ya no era el centro de irradiación del cual salían las expediciones ávidas de conocer siempre más la geografía del Caribe y del Pacífico. La conquista de México y Perú y las condiciones más favorables y seguras de la bahía de La Habana, mermaron la primacía del puerto de Santo Domingo en favor de los de Veracruz, Cartagena y La Habana.

Tres años antes, en enero de 1586, también Santo Domingo había sido saqueada por Francis Drake. El recinto amurallado de la ciudad, además de endeble, estaba muy alejado del centro urbano. Quien lo hizo, seguramente pensó que la ciudad iba a crecer con el mismo ritmo de las primeras décadas del siglo XVI. Fue una previsión a futuro que no llegó a prosperar. Antonelli elaboró un nuevo diseño de la muralla, acercándola a la ciudad y añadiéndole baluartes alternos en toda su extensión. Como advirtió Palm: “... el plano original de Antonelli, indica en grandes rasgos el curso de las fortificaciones por el lado norte, incluyendo la colina de Buena Vista sobrestante a Santa Bárbara, curso que efectivamente siguieron en los siglos XVII y XVIII, aunque la incapacidad de los oficiales locales no supo captar ni la sugestión precisa de la distribución de los bastiones ni el contorno ovalado (arrancando en una curva perfecta desde la base del mar) que Antonelli, conforme a los preceptos de la técnica militar, procuró dar a su traza... . (19)

También en Santo Domingo la permanencia de Antonelli y Tejeda fue demasiado corta; dejaron planos y instrucciones y el 15 de mayo de 1589 salieron hacia Cuba llegando a la bahía de La Habana el día 31 del mismo mes. Tejeda tenía un justificado apuro de llegar a La Habana puesto que debía reintegrarse a su puesto de gobernador dejado vacante con motivo de su viaje a España a comienzos de 1588. En carta al rey, Antonelli reconfirmó la importancia del sitio del Morro y de la Punta para controlar la entrada a la bahía. Al igual que en la bahía de San Juan de Puerto Rico, donde “La Fortaleza” se encontraba después de haber franqueado la entrada; también en La Habana el castillo de La Fuerza se había construido bahía adentro y prácticamente imposibilitado de impedir la entrada a los barcos enemigos.
Si “La Fortaleza” de San Juan de Puerto Rico aún tenía reminiscencias medievales con sus dos torres cilíndricas, la Fuerza de La Habana, construida entre 1558 y 1577 por Bartolomé Sánchez y Francisco de Calona, acusa una planta muy rígida, sin plaza de armas ni rampas para el desplazamiento de los cañones, muestra incipiente de conceptos vinculados al sistema abaluartado, pero resueltos con una preocupación más formal simétrica que funcional. La planta cuadrada con baluartes en cada ángulo y troneras acasamatadas son resabios renacentistas vinculados a las obras italianas de los Sangallo. El castillo de la Real Fuerza de La Habana es la fortificación abaluartada más antigua de América y puede relacionarse con la fortaleza de Aquila en Italia construida por el arquitecto militar español Escrivá entre 1534 y 1549 y con el fuerte de Barletta, también en Italia, obra de Evangelista Menga, arquitecto de Carlos V y contemporáneo a la fortaleza de Aquila.
La Real Fuerza cubana fue morada de gobernadores y capitanes generales, de tropas y de empleados públicos. Tuvo varios destinos y hoy, restaurado, es monumento de la historia y de la memoria urbana de La Habana. Emplazado en un sitio privilegiado, cerca de la Plaza de Armas y de la Catedral, cumple un rol cultural en el casco histórico de La Habana vieja.

A los siete meses de encontrarse en La Habana, Bautista Antonelli tuvo que viajar nuevamente para ir a reconocer las fortificaciones de San Juan de Ulúa en México, observar la ubicación de la ciudad de Veracruz, estudiar el camino entre Veracruz y Ciudad de México, evaluar el aprovechamiento de la bahía de Fonseca y opinar acerca de un camino entre ésta y Puerto Caballos. Embarcó el 26 de diciembre de 1589 acompañado por don Francisco Valverde y don Diego López de Quintanilla.

Antes de dejar La Habana, dejó instrucciones muy precisas de los trabajos que debían ejecutarse durante su ausencia a sabiendas que estaría alejado de la obra unos cuantos meses. En efecto, estuvo afuera cerca de siete meses, aproximadamente hasta el mes de agosto de 1590. El trabajo principal consistió en desbaratar el terreno rocoso para iniciar el foso entre “los dos baluartes de la parte del campo” y la contraescarpa. Sobre el esfuerzo que debió significar la apertura del foso del Frente de tierra volveré más adelante. Fue una empresa ciclópea puesto que, según relatos del siglo XVIII, “tiene desde el borde de la contraescarpa setenta pies de profundidad, mucha parte en piedra viva”. Es decir, un promedio de 18 metros. Bautista Antonelli hizo el replanteo de los baluartes y colocó las “piedras maestras” en su sitio definitivo. Antes de viajar dejó una lápida esculpida en la propia roquedad que mira hacia el canal de entrada, que textualmente dice:

REINANDO EL REY FELIPE SEGUNDO
N.S. SIENDO GOVERNADOR Y CAPITAN
GENERAL DE LA ISLA DE CUBA EL
MAESSE DE CAMPO JUAN DE TEXEDA
VINO BAUTISTA ANTONELLI A FORTI=
FICAR ESTE PUERTO
20 DE SETR DE ANNO 1589

Tamara Blanes Martin (20), con acierto señala que esta fecha de 20 de septiembre de 1589 puede considerarse como la del comienzo del castillo . Antonelli salió tranquilo para México porque sabía que el trabajo para abrir el foso y, a la vez, sacar los sillares, significaba trabajo de años.
Bautista Antonelli y compañía llegaron al puerto de San Juan de Ulúa el 18 de enero de 1590. Por una carta de Valverde al rey, fechada el 28 de febrero de 1590 en Ciudad de México, sabemos que Antonelli inspeccionó las escasas defensas de San Juan de Ulúa (Doc. Nº19) y comenzó a ver cómo podía satisfacer las exigencias del virrey Luis de Velasco que “...habiendo considerado la poca defensa de aquel fuerte, ordenó a Bautista Antonelli que trazase alguna defensa con que ayudase a lo hecho, que fuese poco costosa y breve...”.

La fortificación de San Juan de Ulúa que encontró Antonelli era un lienzo de muralla con argollas para amarrar los barcos y, en cada extremo, una torre cúbica que servía de alojamiento. Es decir, una construcción totalmente alejada de cualquier principio del arte militar y de obra defensiva. Una situación que Bautista Antonelli, su hijo Juan Bautista Antonelli y su sobrino Cristóbal de Roda Antonelli, tuvieron que enfrentar y aguantar en varias oportunidades. En carta al rey de primero de marzo de 1590, hay un párrafo que vale la pena reproducir. Dice lo siguiente: “...Convendría mucho al servicio de V.M. al beneficio de su real hacienda y al provecho de estas fortificaciones que V.M. me mandase dar una provisión, que libremente yo pudiese mandar lo que conviene a su real servicio tocante a las dichas fortificaciones, que sé que en esto sería de mucho provecho por lo que he visto en estas partes. Y si ha costado el fuerte de La Habana, que agora de presente está hecho, doscientos cincuenta mil ducados, lo ha causado no haber habido persona que tuviese zelo á su real servicio, y también los ministros de V.M. haber mandado cada uno gastar su real hacienda á su gusto; y si esto no esta á cargo de la persona ó ingeniero que asista en las dichas fortificaciones dudo yo que se acierte, porque los dichos ministros de V.M. ó gobernadores muchos de ellos no entienden qué es fortificaciones, y piensan acertar, y muchas veces yerran. De todo esto me ha parecido dar razón a V.M. como tengo obligación. Mi zelo es acertar en el servicio de V.M., y caminar por las pisadas de mi hermano Juan Bautista Antonelli...”(Doc. Nº20).

El hecho de enfrentar rechazos, opiniones desfavorables, críticas y modificaciones a los proyectos, soportar personal incompetente impuesto “desde arriba” y otros abusos, ha sido una constante que tanto los Antonelli como otros ingenieros tuvieron que aguantar durante el quehacer de sus actividades profesionales. El que ocupaba un cargo relevante, era Dios en una sociedad donde el indio nunca logró subir al primer peldaño y el mestizo al segundo. En la jerarquía político-administrativa colonial, el poder era sinónimo de competencia. “¡Lo que yo digo es correcto porque yo soy el jefe!”. Fue una constante que ha tenido vigencia a lo largo de tres siglos y que aún hoy no ha desaparecido de Hispanoamérica.
El proyecto de Antonelli para el fuerte de San Juan de Ulúa, con los dos baluartes hacia el Frente de tierra, hecho el 27 de enero de 1590 y el traslado de la ciudad de Veracruz al sitio que hoy ocupa, fueron muy criticados. A pesar de ello, la ciudad se mudó y el castillo, que casi dos siglos después aparece en los planos de Agustín López de Cámara (1762), tiene una gran similitud formal con la idea de 1590. También es de fecha primero de marzo de 1590 la solicitud de Bautista Antonelli al rey para que “...sea servido enviarme mi sobrino Cristóbal de Roda para mi ayudante, porque cada día se van ofreciendo más obras, y como están tan apartadas las unas de las otras no puedo yo acudir á ellas como quisiera y teniéndole aquí acudirá él a unas partes y yo a otras ...”. La solicitud fue (Doc. Nº20) atendida y Cristóbal de Roda Antonelli comenzó a desempeñarse en La Habana desde 1591.

En una detallada relación al rey, fechada el 10 de marzo de 1590, redactada en Ciudad de México, Antonelli hace un extenso análisis de la situación del puerto de San Juan de Ulúa, de la necesidad de mudar la ciudad de Veracruz al lugar denominado Ventas de Buitrón, frente a la isla de San Juan de Ulúa de las ventajas del Camino Nuevo entre Veracruz y México que había comenzado el doctor Palacios. Dicha relación ha sido publicada por José Antonio Calderón Quijano en su fundamental Fortificaciones de Nueva España (21). No faltaron críticas a los proyectos de Antonelli, en especial las esgrimidas por el capitán Pedro Ochoa de Leguizamón. Según Pedro Ochoa la construcción de obras defensivas era urgente y según Antonelli, en cambio, necesitaban de unos diez años para realizarlas. Dada por terminada su visita en México, Bautista Antonelli y su comitiva emprendieron viaje, por tierra, hasta la bahía de Fonseca donde llegaron el 14 de junio de 1590. Después de analizar las características de la gran bahía y de lo largo y accidentado que hubiera resultado un camino hasta Puerto Caballos, Bautista Antonelli desaprobó de manera muy dura y enfática la proposición del capitán Pedro Ochoa de trasladar a Puerto Caballos todas las actividades comerciales con Filipinas y Perú y entre el Pacífico y Atlántico. El desacuerdo llegó hasta los insultos y las amenazas lo cual motivó una comunicación inmediata de Antonelli a Juan de Herrera, secretario de Indias, en la que ratificó que el comercio con el Pacífico debía de continuarse por la vía Panamá-Portobelo. La corte así lo confirmó y atendió todas las razones expuestas por el ingeniero.

En septiembre de 1590 Antonelli aparece nuevamente en La Habana después de una ausencia de más de siete meses y en esa ciudad se quedó hasta el 8 de octubre de 1594 cuando dejó definitivamente a la isla para trasladarse a Tierra Firme para atender al traslado de Nombre de Dios a Portobelo, a la fortificación del río Chagre, controlar la traza del camino desde Panamá hasta el Atlántico y inspeccionar las obras defensivas de Cartagena.
En los cuatro años que Bautista Antonelli estuvo en La Habana, su ocupación principal la demandó el castillo del Morro. No faltaron otras actividades, una de ellas fue la construcción del fuerte de San Salvador de la Punta, que, junto a la traída de agua potable del río La Chorrera a la ciudad y asesoramientos varios, incluyendo los necesarios para las obras de la bahía de Santiago, no le dejaron mucho tiempo para divagar.

A mi entender, la obra cumbre de Bautista Antonelli es el Morro de los Tres Reyes de La Habana. Es cierto que en los proyectos de Puerto Rico, Santo Domingo, México, río Chagre, Portobelo, Panamá, Cartagena y otros sitios no tuvo la posibilidad de disponer del tiempo que, en cambio, le dedicó al Morro. Eso no va en desmedro de las otras obras porque fue la calidad del diseño y competencia demostrada en las demás soluciones, lo que imprimió el sello de su personalidad arquitectónica. En el Morro de San Juan de Puerto Rico, en San Juan de Ulúa y en Cartagena, las decisiones fueron inmediatas y seguras. La facilidad de adaptar la obra a cualquier conformación topográfica, otorgan a sus fortificaciones un gran movimiento y una armoniosa “irregularidad”. Prácticamente todas las fortificaciones de Bautista Antonelli han pasado por modificaciones y ampliaciones durante los siglos XVII y XVIII, sin embargo, ninguna de esas obras posteriores han logrado borrar la idea de su primer autor.
Roberto Segre (22) captó de manera convincente y precisa el carácter de las fortificaciones antonellianas. Años de permanencia, investigaciones y docencia en Cuba, han permitido a Segre llegar a las siguientes conclusiones que me complace citar: “...El castillo del Morro se adapta a la forma irregular del promontorio de piedra que cierra la bahía, conformando una poligonal quebrada y un sistema de terrazas degradantes hacia el mar con el fin de crear las sucesivas cortinas de fuego defensivo hasta ras de agua, culminante en la última batería denominada “los doce Apóstoles”. Los muros de las terrazas se yerguen netos y precisos en su perfección geométrica, diferenciando los dos volúmenes principales en los cuales se articula el perímetro de la fortaleza: el envolvente, posterior, cuya altura corresponde al nivel de la proyección hacia tierra firme, y el proyectado hacia el mar, cuya poligonal segmentada corresponde a la adaptación del sistema regular originario a las condiciones fijadas por los farallones. La mole pétrea es un desafío al frágil maderamen de los barcos atacantes: no es mimetizarse con la naturaleza sino un resaltar por la forma y el color -toda la construcción era ocre y blanca- un demostrar la propia existencia, incitando a la confrontación abierta y directa, seguro de la inexorabilidad del resultado final.
“Hacia tierra, defendiendo los posibles ataques de retaguardia, reaparecen los baluartes macizos, casi simétricos -originados en la tipología tradicional- defendidos por la secuencia de cañones en su borde superior y las troneras perforadas en los flancos que defienden el acceso al castillo. El profundo foso seco -vacío de piedra convertida en construcción- establece un corte neto entre el peñón y el resto del territorio, no salvado ni siquiera por el acceso principal, marginado a un costado de los baluartes, reducido a la boca exterior de un profundo pasadizo abovedado. Es el deseo de mantener las distancias, de convertirse en isla, reconstruyendo la naturaleza, levantando el muro límite del desfiladero sobre la roca viva, impidiendo al ojo observador descubrir el corte, la obra de la naturaleza y la obra del hombre.

“La posición del Morro, alejado de la ciudad, impone una escala diferente de las precedentes edificaciones militares. Todas las funciones vitales de los soldados defensores deben consumirse en su interior, compensando la carencia del medio urbano, por lo tanto la Plaza de Armas no constituye el típico espacio abierto de maniobras, encontrándose ocupado por los bloques de varios pisos -cuarteles de las tropas, viviendas de los oficiales, vivienda del comandante, capilla- reproduciendo en el interior de la ciudadela el “efecto ciudad”. El patio queda convertido en callejones profundos de circulación proyectados radicalmente hacia los bastiones y terrazas por medio de rampas y escaleras que establecen la estructura dinámica asociada a la acción, al movimiento de los hombres actuantes en los diversos niveles defensivos para interrumpir el camino lineal de la flota agresora. Antonelli ha logrado insertar en esta obra dos tradiciones antagónicas formando un conjunto homogéneo: la integración orgánica con la naturaleza de la herencia medieval y la abstracción geométrica del racionalismo renacentista.
“Al contar La Habana con las tres importantes fortalezas, además de las murallas que rodean la ciudad, se convierte en la primera plaza fuerte del Caribe, fuera de escala a las posibilidades agresivas de los piratas. La arquitectura militar asume el valor de símbolo de la ciudad: cuando Felipe II le concede el escudo en 1592, los tres castillos aparecen sobre el fondo azul del golfo de México, conjuntamente con una llave, representación del comercio con el Nuevo Mundo. La Habana será de ahora en adelante el punto clave del sistema defensivo del Caribe, núcleo extremo del clímax comercial colonial que la hará acreedora de la denominación: “Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales.

“Si bien cada una de las fortificaciones presenta peculiaridades propias, podemos generalizar una serie de características que configuran el aporte de Antonelli a la arquitectura americana:

1 - La primacía de la experiencia directa sobre la elaboración teórica. Los diseños se adecúan vez por vez a cada uno de los factores incidentes en la estructura defensiva, asumiendo particular importancia el ámbito topográfico.

2 - La asimilación de las técnicas y diseños renacentistas, reelaborados en cada respuesta sin concesiones a apriorismos formales -tales como el predominio de la simetría o de los poligonales cerrados- creando una estructura compositiva abierta, polidireccional, en cuanto al perímetro y al desarrollo altimétrico en terrazas, que asimila los conceptos de integración orgánica de las fortificaciones medievales.

3 - La concepción unitaria de los elementos que definen la forma defensiva -impuesta por la particularidad del medio- que elimina la relación entre el baluarte -defensa activa- y la cortina -defensa pasiva- homogeneidad alcanzada con anterioridad a las propuestas de Vauban.

4 - La interpretación dinámica de la defensa, basada en las relaciones existentes entre los diferentes puntos de valor estratégico de la zona protegida, asimilada a la idea de la unidad urbana... .

También la investigación realizada por Tamara Blanes Martin (23), resulta una síntesis muy precisa y detallada de las características del Morro de La Habana. En sus conclusiones, la mencionada historiadora precisa que: “...La planta del castillo del Morro, sin lugar a dudas, es representativa de la escuela clásica moderna de fortificaciones abaluartadas del siglo XVI; no se ajusta a las leyes o disposiciones que imponía la escuela hispano-americana; sólo algunos elementos aislados coincidían en sus magnitudes; sin embargo esto no le resta sus verdaderos valores, porque en América, generalmente, no hubo un patrón fijo debido a las características topográficas particulares de las diferentes regiones del continente. Por tanto, mediante sus líneas se conjugan la singularidad del trazado, el riguroso geometrismo, las significativas magnitudes, así como las proporciones y riquezas de sus ángulos. La irregularidad del terreno no permitió, en parte, una perfecta simetría, pero tampoco le restó la perfección y belleza de la clásica planta renacentista. Es por eso que esta fortaleza debe considerarse como una obra arquitectónica de primer orden de finales del siglo XVI y la primera mitad del XVII en la ciudad de La Habana, pues excepto los castillos de la Real Fuerza y de San Salvador de la Punta, durante ese período, no hubo obras semejantes y realizadas con tanto rigor científico como las mencionadas...” (23).
Comparto las observaciones de la mencionada historiadora, menos la del “riguroso geometrismo” que se pretende demostrar con la hipotética reconstrucción del trazado geométrico de la planta concebido por la autora. La traza geométrica no fue concebida “a priori” como nos la enseña Tamara Blanes; el estudio para encontrarle una solución geométrica parece más bien un ejercicio actual hecho sobre un plano de levantamiento de la planta y no una concepción originaria. En ninguna de las fortificaciones de Juan Bautista y Bautista Antonelli hechas en España, África y América, se vislumbran preocupaciones por la simetría. La irregularidad del diseño es consecuencia de un acucioso estudio de adaptabilidad a un terreno difícil y nada tiene que ver con criterios de simetría que, por ejemplo, son tan evidentes en el castillo de la Fuerza Real. Son dos conceptos diferentes. La irregularidad como consecuencia del aprovechamiento de la configuración topográfica es una característica de la escuela italiana que se manifiesta desde finales del siglo XV en un sinnúmero de ejemplos. La única simetría que impone un eje o un centro es la de las líneas fijantes de la cara de los baluartes (en el Morro, los de Austria y de Tejeda), pero casi todo el resto lo resuelve la presencia del ingeniero durante el curso de los trabajos mediante proposiciones, intentos, maquetas y planos. Se respetan, lógicamente, medidas dictadas por el alcance de las armas de fuego, distancias entre baluartes, altura proporcional y otras normas, pero la forma final se fundamenta más en la lógica que en la geometría. En el Morro, la prolongación de las dos líneas fijantes correspondientes a las dos caras de los baluartes Austria y Tejeda y su encuentro con el fondo de los orejones (lado cortina) forman una X que coincide con la mitad de la cortina, la mitad en ángulo de la contraescarpa y el ángulo del rediente (revellín macizo). La unión de estos tres puntos forma un eje a 90° con la cortina y puede generar -o no- la directriz del conjunto. En el caso del Morro de La Habana, el eje coincide con el extremo del Morrillo; en el Morro de San Juan de Puerto Rico no hay tal coincidencia.

Bautista Antonelli demuestra actuar con ideas precisas y mucha seguridad en la toma de decisiones. Tiene una predilección formal definida en la solución del Frente de tierra que se repite de manera similar en casi todas sus obras y que se expresa con el impacto visual de dos grandes baluartes con orejones. Además, sus trazas de planta irregular no se deben sólo a las dificultades del terreno puesto que en sitios planos aplica la misma preferencia. El fuerte de Salvador de la Punta, y el castillo de Araya (Venezuela) recuerdan muy de cerca una similar traza italiana: la del castillo de Grifalco dominando la ciudad de Cortona que, en 1554, construyó Francesco Laparelli por encargo de Cosimo I de Medici. También la planta del castillo de Mazalquivir, cerca de Oran, trazada por su hermano Juan Bautista, acusa una irregularidad que confirma cierta predilección familiar para las formas libres.

Desde septiembre de 1590 hasta septiembre de 1593 las obras del Morro marcharon lentamente porque el gobernador Juan de Tejeda había considerado prioritario, para ese momento, activar la construcción de San Salvador de La Punta; por eso, concentró en dicha obra gran parte del personal asignado al Morro. El fuerte de La Punta, trazado por Bautista Antonelli en 1588-89, se encuentra frente al Morro, en el lado opuesto del canal que da acceso a la bahía; con su construcción se completaba el control total del puerto. La planta original concebida por Bautista Antonelli, según su plano fechado en 1593, fue posteriormente modificado por Cristóbal de Roda Antonelli que, como ya se ha señalado, había llegado a La Habana en 1591. Tejeda apoyó dicha modificación y así se perdió una traza de gran movimiento en la ubicación de la artillería y variedad en los ángulos de tiro. El proyecto de Roda, según plano de 1595, elaborado después de la salida definitiva de Bautista Antonelli de la isla de Cuba en 1594, vuelve a la forma trapezoidal irregular y, sin muchas modificaciones, es la que ha llegado hasta nuestros días. Bautista Antonelli nunca estuvo conforme con la solución final de La Punta. Hubo muchas presiones a intervenciones del gobernador Tejeda que, sin duda, no beneficiaron el resultado final.
En carta al rey, fechada el primero de noviembre de 1591, Bautista Antonelli informa acerca del adelanto de las obras y detalla la proposición de colocar una cadena sostenida por tres barcazas entre los dos fuertes del Morro y La Punta. En otra comunicación de 5 de marzo de 1593, da cuenta que “toda la gente que trabajaba en la fábrica de La Punta se pasó al Morro para cerrar aquella plaza”. Otra obra importante que rinde cuenta al monarca es la de haber logrado la canalización de las aguas del río Chorrera al centro de la ciudad. Un éxito personal, alcanzado después de 25 años de intentos fracasados por anteriores “expertos”. Textualmente dice: “...Con ésta envío a V.M. una descripción de este Puerto y del agua de la Chorrera (Doc. Nº22), que se ha traído á esta villa, la cual se ha traído por industria mía. Y el maese de campo Tejeda me prometió de parte de la villa mil ducados porque encaminase la dicha agua á esta villa, pues el que la tenía a su cargo no daba salida; y después que la agua está aquí no se ha acordado de mí. Suplico a V.M. que mande que me sea remunerado este trabajo y bien que he hecho a esta villa y puerto, y no que uno lleve toda la ganancia, y yo que de la industria me quede sin premio; y quedo confiado que V.M. me hará merced…” (Doc. Nº 25). Aún se conserva en la calle de la Chorrera la lápida conmemorativa: “el agua fue traída por el maese de Campo Juan de Tejeda”; pero al maese de campo “se le olvidó” honrar el compromiso adquirido con quien logró tan importante resultado.

En julio de 1593, Juan de Tejeda concluyó su período de gobernador y fue reemplazado por Juan de Maldonado. El propio Maldonado entregó a Bautista Antonelli una real cédula en la cual se le participaba el aumento de su sueldo en seiscientos ducados anuales y, además, las expresiones del mucho aprecio que gozaba en la corte. Sin embargo, la armonía con el nuevo gobernador de Cuba duró muy poco.
Como apuntó Angulo Iñíguez: “...Maldonado incurrió en la misma falta que su antecesor, alterando sus trazas, moviendo el personal a su antojo, repartiendo los puestos de canteros entre parientes suyos que sólo tenían categoría de aprendices, atropellando, en una palabra, la orden que él mismo trajera de la Península...” (24).
Es lo mismo de siempre. Cristóbal de Roda Antonelli que se encontraba en La Habana desde 1591 escribe al rey, en fecha 6 de julio de 1595, un año después de la partida definitiva de Bautista Antonelli de Cuba, que “el gobernador no tiene amor a la fábrica, sino a coger dinero”. Y, más adelante añade: “me han amenazado que me han de acuchillar, y aunque me maten no dejaré de hacer mi oficio real” (25). Es la misma queja de su tío Bautista Antonelli cuando en carta del primero de noviembre de 1591, denunciaba al rey (Doc. Nº23) que “...si yo pudiera usar mi oficio, como es razón, ya estuviera el Morro puesto en Defensa...”.

También hubo un incidente con otro sobrino de Bautista Antonelli. Se trata de Francisco Garavelli Antonelli, hermano de Cristóbal, y ambos hijos de Catalina Antonelli (hermana de Juan Bautista y Bautista) casada con Jacome Garavelli. Francisco fue ofendido por el alcalde de La Habana y, al no conseguir satisfacción, resolvió regresar a España. Su permanencia en Cuba no llegó a los dos años.
El 8 de octubre de 1594 Bautista Antonelli pone fin definitiva a su período cubano. Deja las obras del Morro y de La Punta bajo el cuidado de su sobrino Cristóbal de Roda Antonelli y marcha hacia Nombre de Dios, Portobelo y Cartagena.

En Cartagena quedó menos de un mes, hasta el 20 de noviembre de 1594, día en que salió para Nombre de Dios y Portobelo. A pesar de los pocos días pasados en Cartagena, revisó la estacada que se estaba terminando y cuyas instrucciones y detalles elaboró durante su primera visita de 1586-87.
De este mismo año de 1594 es el plano del recinto amurallado de Cartagena; un proyecto que, a pesar de las modificaciones posteriores, imprimió a la ciudad su carácter definitivo. Juan Manuel Zapatero (26), reconocido historiador de la arquitectura militar española en América, señala que: “...Bautista Antonelli proyecta para la defensa de Cartagena de Indias, un maravilloso estudio técnico y táctico que revela su alta preparación en el “Arte de Fortificar” con el sello característico de línea exterior, propio de la Escuela Italiana...”, “...la sensacional traza del recinto de la ciudad, constituye un proyecto de fortificaciones “real”, de murallas, baluartes, revellines, contraguardias y fosos cuyo análisis maravilla...” (27) . Como veremos más adelante, su sobrino Cristóbal de Roda y su hijo Juan Bautista, se alternaron en la construcción de dicha obra hasta mitad del siglo XVII.
Desde Nombre de Dios y Portobelo envió al rey detalladas relaciones de los dos sitios, destacando en primer lugar las bondades de la bahía de Portobelo por lo hondo de sus aguas y por la seguridad que brindaba su conformación natural. Estudió todos los caminos de la región entre Panamá, Nombre de Dios, Portobelo y Chagre, indicando los puntos estratégicos de fácil defensa en caso de ataques enemigos. Demostró un gran sentido de organización militar en el emplazamiento de trincheras, fosos, estacadas y baterías que resultaron de gran utilidad cuando don Alonso de Sotomayor las aprovechó para derrotar a Drake en su fallido intento de llegar a Panamá. Activó la construcción de la torre y plataforma en la boca del río Chagre y trazó el sitio para levantar las estacadas defensivas de Portobelo.

La segunda incursión de Drake al Caribe, cuya meta principal era la toma de Panamá, se conoció en Tierra firme con bastante antelación y esto impulsó las obras de defensa. El 8 de enero de 1596 la armada de Drake, con 23 navíos grandes, entraba en la bahía de Nombre de Dios y sin encontrar mucha resistencia saqueó el pequeño caserío y lo incendió. Ese primer encuentro entusiasmó a los ingleses; sin embargo, la marcha triunfal hacia Panamá tan acariciada por Drake fue frenada por las fortificaciones emplazadas por Bautista Antonelli. Al lado de Sotomayor y Juan Enríquez Conabut, Antonelli estuvo en la línea de combate organizando el buen uso de las instalaciones defensivas. Hubo daños, destrucción y muerte en ambas partes, pero Drake no llegó a Panamá. La expedición inglesa fue un fracaso y Drake, enfermo y agobiado por viejas dolencias, murió frente a la bahía de Portobelo.
En 1597, Nombre de Dios fue trasladada definitivamente a Portobelo a pesar del lamentable estado en que la dejó el ataque de Drake. En carta del 24 de junio de 1597, Antonelli pide el traslado de Cristóbal de Roda desde La Habana a Portobelo por considerar que las obras del Morro debían de estar muy adelantadas y por necesitar ayuda en la construcción de los fuertes de San Felipe, de Santiago y de Sotomayor para la defensa de la bahía de Portobelo. También trazó el plano de la nueva ciudad y mejoró los caminos con Panamá.

Desde finales de 1594 hasta 1599, año de su regreso a la península, Bautista pasó casi cinco años dedicados al proyecto defensivo y urbano de Portobelo. Siempre insistió en la necesidad de eliminar el sitio de Nombre de Dios y mudar el puerto y la población a la más segura bahía de Portobelo. Después del fracaso, derrota y muerte de Francis Drake, se entregó completamente a la planificación del nuevo centro portuario, seleccionando los lugares dónde emplazar las fortificaciones, diseñando las mismas, abriendo caminos, etcétera. A pesar de las fiebres y malestar que padeció en este período panameño, no escatimó esfuerzos para hacer de Portobelo la bahía-puerto más segura y activa del istmo panameño. En el viaje de regreso a España pasó nuevamente por Cartagena, Santa Marta, Río Hacha y llegó hasta San Agustín en La Florida donde asesoró en la construcción de una fortificación en madera. El castillo que hoy conocemos, San Marcos, de planta cuadrada y con un baluarte en cada ángulo, no es obra de Antonelli, como lo ha señalado algún historiador. Es obra posterior a 1670 y demoró más de un siglo para concluirse.
En 1599, a la edad de 52 años, Bautista Antonelli se encuentra nuevamente en Madrid. Por poco tiempo, porque en 1600 lo encontramos en la costa del levante, en Gibraltar y en África en la costa marroquí. En 1603 emprende su último viaje a América, esta vez en compañía de su hijo Juan Bautista quien, para la fecha, contaba con 19 años de edad. La misión que originó este viaje fue la de visitar las salinas de Araya en la costa oriental de Venezuela, a fin de buscar una solución que acabara con la explotación de la sal que impunemente sacaban los holandeses.

Antes de abastecerse de sal enAraya, las provincias de Holanda y Zelanda se aprovisionaban en las grandes salinas de Setúbal en Portugal y en las de Sanlúcar en Sevilla, para mantener activa la floreciente industria conservera y de salazones. A raíz de la Unión de Utrecht (1579) y de la separación de España de las Provincias Unidas de los Países Bajos (1581), se ponen trabas a los holandeses que buscaban sal en el sur de la península ibérica y, con Felipe III, en un esfuerzo de perjudicarlos económicamente, se llegó a la prohibición total de sacar sal a todos los barcos de los Países Bajos. La medida no tomó de sorpresa a los comerciantes holandeses que ya habían logrado reunir sólidos recursos y disponían, además, de una buena flota. Frente al cierre de las salinas peninsulares, lo impostergable era la explotación de una nueva fuente de sal: Araya llegó a ser el yacimiento principal y el comienzo de la primera exportación de América a Europa en lo que a materia prima se refiere.
Los viajes desde Holanda hacia Araya comenzaron en 1593; parece que el iniciador fue el capitán holandés Daniel de Mujerol. En 1596 la ruta era bastante concurrida y a partir de 1599 las expediciones organizadas alcanzaron una frecuencia considerable. Según los datos proporcionados por el gobernador de Cumaná, Diego Suárez de Amaya, en un período de cinco años, desde 1599 a 1604, llegaron a las salinas 456 urcas salineras y 37 urcas de rescate para movilizar un total de 10.507 hombres en la carga de sal. El dominio holandés en Araya era absoluto y el gobernador sólo podía constatar su impotencia. En carta del 2 de junio de 1600, advierte preocupado que: “los navíos (holandeses) nos tienen aquí cercados, de manera que no entra en este puerto, navío, ni Fragata ni varco del trato de los que solían bastecer esta tierra” (28).

La idea de anegar la salina parecía la más efectiva, sin embargo, antes de tomar la decisión definitiva, la corte quiso conocer otras opiniones técnicas autorizadas. Aprovechando la presencia de Bautista Antonelli en Madrid, se le comisionó para estudiar y proponer la solución más conveniente para acabar con la explotación de la sal por los holandeses. En compañía de su hijo Juan Bautista de 19 años y del capitán Pedro Suárez Coronel, salieron de España -en misión secreta- el 14 de noviembre de 1603. Una vez en Cumaná, el gobernador Diego Suárez se une al grupo y los cuatro inspeccionan la salina, durante los días 19, 20 y 21 de junio de 1604. En el mes de diciembre de ese mismo año, Antonelli se encuentra nuevamente en Madrid para presentar el informe. Desde Cumaná, el gobernador Suárez da parte a Felipe III de la inspección realizada y en carta (Doc. Nº35) del 10 de julio de 1604, dice: “cuantos pasos dio Bautista Antonelli de yo, siguiéndole de ordinario sin apartarme del un punto, como lo dirá el mismo, pasando los dos excesivo trabajo de gran sol y fuego que salía de la salina, que nos abrasaba, atollando en muchas partes de la hasta la rodilla, demás del gran trabajo que Antonelli pasó en nivelarla, que por solo este servicio merece que V.M. la haga una muy grande merced ....Fue Dios servido que en tres días que estuvimos en la salina no hubiese urcas a la carga, que ha más de un año que un solo día no la han dejado desocupada, que se puede atribuir á milagro”.

El mismo Antonelli quedó impresionado con el tamaño de la salina y en un punto de su informe (Doc. Nº36) relata: “Es tanta la grandeza de esa salina y la muchedumbre de sal que cría, que tengo por cierto que en el mundo no ha creado cosa tan espantosa naturaleza, que es muy diferente haberla visto que oillo decir, que aunque cargase doscientas urcas cada mes no la menguarían nada, porque dentro de quince días se vuelve á cuajar otra tanta sal como la han sacado, y esto lo causa que quitándole dos o tres capas de sal en agua, la cual sube hasta que hinche el hoyo que le han hecho, y se convierte toda en sal blanca como un alabastro”.
Dos meses después de la visita de Antonelli a la salina y antes de que llegara a Madrid, España y Inglaterra firmaron, el 29 de agosto de 1604, un tratado de paz que, además de “bueno, sincero, perpetuo y inviolable”, contemplaba el libre comercio entre los súbditos de ambos países y la prohibición a los ingleses de traer “a España mercadería de las Indias”. La tranquilidad momentánea, que de “perpetua” no tenía absolutamente nada, estimuló la determinación de acabar con los holandeses que seguían robando la sal de Araya y fomentando el contrabando en las vecinas islas de Barlovento. A tal fin, la Corona resuelve enviar parte de la Armada Real del Mar Océano hasta las salinas y acabar con la explotación ilegal. En el mes de noviembre de 1605, la flota española, al mando de Luis Fajardo, sorprende ocho urcas salineras en Araya: se destruyen todas las instalaciones para el transporte y carga de la sal y se mata a todo holandés hecho prisionero. Fue un golpe muy duro para la organización que tenía a su cargo el tráfico comercial entre Araya y los Países Bajos. Un golpe que paralizó por varios años toda actividad en la salina y que, por esa misma razón, aplazó también la decisión de iniciar la construcción del castillo.

Transcurre un lapso de dieciocho años desde aquel 1604 en que los Antonelli, padre y hijo, reconocieron la salina y el 15 de enero de 1622 día en que la Junta de Guerra decretó la construcción de la fortaleza. Bautista Antonelli, fallecido en 1616, había elegido una pequeña elevación cerca de la playa por considerarla el lugar más apropiado   para su emplazamiento.
La relación (Doc. N° 36) completa de Bautista Antonelli sobre Araya se encuentra en la sección Apéndice. La construcción del castillo, en el capítulo correspondiente a Juan Bautista Antonelli (El Mozo).
Cumplida la inspección en la salina de Araya en 1604, Bautista Antonelli inspeccionó Cumaná, Los Bordones y la isla Margarita. Regresó a España pasando por La Habana y en esa ciudad se separó de su hijo Juan Bautista quien se quedó para ayudar a su primo Cristóbal Roda. Como ya se dijo, a finales del mismo año de 1604 se encontraba en Madrid.

Ya no volvió más a América y sus últimos doce años de vida los dedicó a las obras portuarias y fortificaciones de Gibraltar, y en la costa atlántica de Marruecos, estuvo al frente de las fortificaciones de Larache por un lapso de cinco años. Muy poco sabemos de los proyectos de Larache y de otros sitios africanos. La falta de informaciones y de bibliografía son muy grandes y ameritan una investigación que nos permitan conocer más de las actividades africanas no sólo de Bautista Antonelli sino también de su hermano mayor Juan Bautista y de los Garavelli Antonelli.
Es posible que en 1610-11 haya tenido un último encuentro con su hijo Juan Bautista quien, para esa fecha, viajó de Cartagena de Indias a Madrid.
Se advierte en él un distanciamiento de familiares y amigos. Buscó aislarse y estar solo. Desaparece de los documentos y se pierde en el silencio de quienes dejaron más obras que palabras.
El 11 de febrero de 1616 murió en Madrid en la calle de la Espada y fue enterrado en la iglesia del convento de los Carmelitas Descalzos. El famoso cronista Antonio de Herrera fue nombrado testamentario por el propio Bautista.
La herencia dejada por Bautista Antonelli fue repartida entre los Carmelitas Descalzos de Madrid y los pobres de su pueblo natal en Italia: Gatteo. Bautista Antonelli ya había ayudado en la construcción de la iglesia de los Carmelitas Descalzos inaugurada el 8 de diciembre de 1615 y hoy conocida como la iglesia de San Ermenegildo. Donaciones testamentarias semejantes fueron muy frecuentes en esa época y varias órdenes religiosas y parroquias se beneficiaron de ellas para construir iglesias, conventos y obras asistenciales. La generosidad de Bautista Antonelli hacia la iglesia de los Carmelitas debe entenderse también con su deseo de recibir en ella una sepultura digna y permanente.

Más extraña, en cambio, resulta la institución del Monte Frumentario Antonelli (29) (frumento = trigo) en Gatteo, dedicado a los pobres de su pueblo natal y creado con el propósito de que siempre pudiesen contar con sus raciones de trigo cuando, por enfermedades, vejez o falta de recursos, no tuviesen la posibilidad de conseguirlas.
La acción generosa de Bautista pone en evidencia que, a pesar de los casi cincuenta años de ausencia de Gatteo, nunca olvidó su terruño natal. Viajó por tres continentes, cruzó océanos y dejó muestras de su talento en un sinnúmero de obras; sin embargo, en el fondo de su corazón, su pequeño pueblo romagnolo ocupó un lugar que siempre mantuvo vivo en el recuerdo.